Retomo el blog de Tensando la cuerda y, para celebrarlo, os doy un notición: ya tengo listo el primer borrador (sí, aquel que me había propuesto terminar en noviembre, sic). Falta ampliar tramas secundarias, decidir si me cargo o no a algunos personajes -metafóricamente, quiero decir: acabar de desarrollar algunos a los que en un principio pensaba dar más peso o, por el contrario, eliminarlos- y ponerlo «en bonito», ya que, ahora mismo, todo lo que hay es provisional. Pese a ello, os voy a dar un adelanto sobre una de las primeras escenas de la novela. Tal y como ya hice con Las pesquisas de un cadáver amnésico, mi intención es iros contando algunas cositas sobre el contenido del libro y el proceso de escritura, como localizaciones o, puede, algún que otro personaje.
Hoy os cuelgo el mapa de localizaciones y os muestro la primera de ellas: el parque de La Ciutadella, en el que se encuentran el Parlament de Catalunya y el zoo, además del primer muerto de la historia, que no se hace esperar y asoma a las pocas páginas de comenzar la lectura. Sobre él no os voy a decir sino que aparece ahí, sentadito, entre los dos setos que separan la fuente del Parlament. Ah, y que está muy sucio, por lo menos por fuera. Y que, si te fijas, tampoco es lo que parece a primera vista. Lo demás, si me permitís, me lo guardo para otro día. Aquí os dejo su aparición estelar. Podéis ver el mapa completo de localizaciones siguiendo este enlace; ahora está un poco pelado, ya que sólo aparece este escenario, pero iré actualizándolo a medida que os vaya hablando sobre el resto de ellos (haciendo clic sobre la flecha en el mapa veréis la foto del lugar).
El ciudadano en cuestión nos esperaba en el Parque de la Ciutadella. Para variar no lo habían encontrado en algún lugar recóndito, oculto entre los arbustos bajo los que algún desafortunado niño hubiera ido a perder su pelota, con su consiguiente trauma infantil y el respectivo aleluya exclamado para desgracia de la conciencia de ser humano de algún psicólogo en dificultades económicas. El mundo era así: la alegría de unos se basaba en la desgracia de otros. Y así nos iba.
El ciudadano, decía, estaba en medio de la zona acordonada por las cintas de seguridad, rodeado por una multitud de curiosos fotografiándolo sin piedad para enseñarlo a parientes y amigos de todos los rincones del planeta de los que habían venido todos ellos para ir a toparse, fíjate tú, con un muerto que no ofertaba ninguna agencia de viajes: un ciudadano, muerto del todo, en apariencia, sentado en una silla de ruedas en los jardines que había justo enfrente del Parlament de Catalunya, junto a uno de los setos que se alzaban entre el edificio y la fuente. No era algo que se viera todos los días.